miércoles, 3 de octubre de 2012

Walter Huver – 18 de Junio de 1998

...But i shot a man in Reno
just to watch him die...

Por el tejido de la ventana pasa el viento que acaricia mi cara. La luz pinta el ambiente silencioso que se quiebra con cada segundo que marca la aguja del viejo reloj de pie heredado de la abuela. Las ocho menos cuarto de una tarde quieta en esta joven primavera.

Me pregunto, mientras miro sentado en la cabecera, la extensa y solitaria mesa de madera; si seré capáz de matar a alguien. Si en mi dedo indice derecho existe la fuerza necesaria para apretar el gatillo.

No escucho el golpe de la puerta de mi habitación que se cierra fuerte con el viento.

Tendrá la diestra la destreza y la templanza suficiente para resolverlo en un solo tiro.

Me alegra saber que la noche se acerca, nos conocemos bien, nos entendemos a la perfección. Me sedujo de joven, entregarme me llevó un tiempo, lo reconosco, pero aquel vertigo fue inigualable. Con los años el sabor es distinto, sobre todo después de haberle temido.

¿Y si logro apretar el gatillo? ¿Y si puedo acertar en el disparo más preciso de la historia de los homicidios? ... ¿Podría borrar todas las pruebas? digo, en caso de que a alguién le interese investigar a un vagabundo muerto debajo de un puente. 

No puedo evitar recordar las mujeres, los excesos, los bares, los hoteles, las casas en las que he amanecido. Particularmente un día de Diciembre, cercano a un fin de año. Fue en el Barrio de Boedo, en el balcón de un Cuarto piso. Llegó a mi boca ardiendo, vestida de fina seda blanca, el primer beso fue interminable y perfecto como todo lo que vino después, aunque era todos y aquella vez no lo supe entender.

Volverá ese extasis, ahora gastado, si logro extender el brazo y apretar el gatillo en el instante preciso, para oír el estallido, resistir la patada, escuchar la bala partir el craneo de la victima y tendré un instante para ver, oler y sentir la calidez humeante de caño.

Ay morocha, tan afortunado fui al conocerte como desgraciado al quererte. Cómo puede ser que entre tantas mujeres, un hombre pierda la cabeza por una sola de ellas... después de todo si John Lennon se perdió por qué no iba a hacerlo yo.

Ahora, si no pude borrar sus huellas, como voy a quitar las de la nueve milimetros, la ropa, mis pisadas, la salpicadura de la sangre sobre mi. 
¡Peor aún! ¡Cómo sacaré todo de mi cabeza! ¿Me invadirá la culpa? Aunque a esta altura de mi vida en curva descendente, debo reconocer que los fantasmas del pasado no me atormentan, a no ser que esta soledad la formen ellos.  

¿Se escuchará lejos el disparo? buscarán mucho, poco, nada ... solo habrá una forma de saberlo: recoger el arma y salir. Total nadie nunca buscará al culpable de su propia muerte.



Walter Huver

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