Por Libertador, altura estación Núñez, emprendo este viaje a pie y estas letras que se procesan dentro. Doble esfuerzo de generar y retener en la memoria. El transito constante distrae la continuidad de los pasos al estruendo de los bocinazos.
La inmensidad es dueña de los tamaños, asusta un poco la proliferación de la sombra. Los ojos se aburren, entonces los pies viajan hacia el otro lado de la vía donde aun perduran viejos frentes que no son sólo ladrillos, ni vidrios. Hay diseños, estilos y una búsqueda de cierta inmobiliaria; sostengo la idea de que no todo lo nuevo indica progreso.
La arboleda de la zona disimula la altura de las oficinas próximas a la estación Rivadavia y me pregunto si es positivo ahorrar metros y cruzar la General Paz por la vía o un par de cuadras más arriba. Opto por está última opción, me desvío y descubro un poco más arriba de mi camino, lo que desde esta posición aparenta una plaza, con mucho verde que equilibra no sólo el descenso natural del suelo, sino que el cemento de los alrededores. Los túneles debajo de las Autopistas, por más limpios, dibujan suciedad; debe ser por su gris, su oscuridad de farol tenue y la humedad. Mágicamente al salir del túnel, estoy en provincia, pensar que otros pasaban por uno y viajaban en el tiempo.
De vez en cuando está bueno caminar por donde uno suele pasar motorizado, da una óptica diferente desde el preciso instante en que uno se puede detener (aun sin frenar) en detalles. Pasa el Belgrano sobre mi cabeza llevando sus rojos vagones hacia Retiro y yo sigo en el sentido contrario.
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