Compruebo algo que sospechaba. Se está volviendo difícil preguntar la hora. Antes veías a uno que tenia reloj, le preguntabas y en solo un movimiento de muñeca e incluso al pasar te respondían; hoy es mas complejo por que gente con reloj se ve poca o no se ve, entonces te la jugás con el primero que ves, quien detiene su marcha, saca el celular de su bolsillo, estuche o cartera aprieta un botón que le ilumine el visor y ahí si, te responde. Esto implica que quizás al otro no le den ganas de eso y directamente te niegue poseer un objeto que de la hora.
Me vuelve la sensación de que las primeras cuadras después de estación son realmente feas, así como lindas y tranquilas me resultan las venideras. El camino a Vicente López dibuja en hojas un túnel mezcla de verde y amarillo, alfombrado todo de sonoras hojas secas. Los frentes de las casas rebosan detalles de preciosa arquitectura, ayudado por la calma del día, y la construcción que impide el paso de los vehículos. Sin embargo a la estación le circundan fuertes olores. Me tengo y lo pienso mejor: Fontanarrosa tenía razón al decir que las “malas palabras” expresan de forma única lo que realmente se siente es determinado momento y nada describe mejor a estos olores que decir: La estación Vicente López tiene olor a mierda”.
Se arrima la Quinta presidencial y vuelvo a Libertador
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