De pirotecnia y media sombra
Pequeña historia de comienzo de año.
Pequeña historia de comienzo de año.
Dan las doce, el país se envuelve en fiesta. Chocan copas en cada rincón mientras se abrazan los unos con los otros. Los augurios de felicidad para los 365 días que restan se multiplican en cada familia, en todo lugar. Incluso acá adentro donde por la televisión suena Andrés Calamaro en vivo. Parados, juntos los tres, contemplamos las luces en flor que encienden el cielo. Tronidos, globos y el adivinar la algarabía ajena.
Debajo nuestro un niño corre hacia afuera con una bolsa en la mano, la hermanita lo acompaña. Su primer encendido es una cañita voladora que pierde el rumbo y apagada se reposa sobre la media sombra de la casa de enfrente. Todos se desentienden de la situación pero intuyo algo; el calor que perdura en el cartón de la cañita voladora. No pasan 60 segundos para que mi pronóstico se cumpla, la media sombra verde comienza a derramar finas gotas de plástico encendido que caen junto a la camioneta estacionada debajo.
El padre del niño cruza para avisar del pequeño incidente, toca timbre y la dueña de casa se asoma por la ventana. No se entiende desde acá la explicación, pero en ademanes podemos ver los gestos que señalan el foco de incendio. La señora asiente con la cabeza, vaya uno a saber a qué. Inmediatamente cierra la cortina y vuelve a su brindis. Papá vuelve a tocar el timbre, la señora sigue sin prestarle demasiada atención y al intentar cerrar una vez más la cortina del ventanal se suma una segunda persona a repartir gestos, sin embargo, la cortina se cierra igual. Ante la insistencia del portero eléctrico, la dueña de casa toma la opción de salir al balcón. En tono desesperado avisa a su esposo la situación, no han pasado ni cinco minutos del nuevo año y el hombre baja rápidamente a mojar el vehículo y luego la media sombra, que además recibe un cuarto de balde de agua desde lo alto. La situación se controla rápido, pero aún queda algo más.
La señora baja a ver cómo está la camioneta. Ambos se reúnen, observan y señalan hacia arriba con gestos de incredulidad y agradecimiento a la buena fortuna. Ven que ya no queda marca alguna del fuego y vuelven a la casa. O al menos eso intentan.
Al salir la señora nunca notó que la puerta se cerró una vez que ella alcanzó el exterior. La pareja se quedó varada en medio del festejo entre el portón de salida y la entrada al hogar. El hombre intentó abrir alguna de sus salidas, con tan poco éxito como yo intentando subir el conteo de plaquetas. No tenía llave ni remera, pero si un peine para su tic nervioso. Minutos y minutos pasaron, el cielo se teñía cada vez de más colores y ruido. El olor a pólvora asomaba por la ventana entreabierta que de contrabando abrimos un poco y el matrimonio esperaba sentado en el cantero la presencia de su hija con la llave para entrar.
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