Merienda de avenida
Horario habitual de salida, pasaditas las tres de la tarde. Cambia la compañía, está mi viejo y salimos de ronda. El calor es insoportable, la humedad es realmente asquerosa, pero insisto: poco importa a la hora de abandonar este aislamiento. Ayer no salí, estaba muy cansado, las piernas venían tropezando en la flojera. La lluvia matinal tampoco aportaba entusiasmo.
Vamos por Irigoyen hasta la avenida y encaramos al Bajo, por lo menos a oler los pinos y cambiar el aire. La diferencia con el jueves, es que doblamos en Gral. Campos “la calle de Perón” según me comenta y entre diagonales, casas bajas y árboles frondosos dimos con la Quinta de Olivos. La costeamos para volver, el canto de los pájaros es mucho, se extrañaba más de lo que podía imaginar, se disfruta a otro nivel, como aquella lluvia. En la vuelta vimos un par de antigüedades, o como diría mi amigo Juan Pablo: cosas viejas. Le rechazo toda idea acerca de que las sillas de metal quedarían bien en la terraza. Me opongo estética y funcionalmente. Igual sugiero que de comprar los adornos de tres elefantitos, debe llevarse en paño sobre el que reposan.
Devueltos a la esquina de la Avenida e Irigoyen paramos a merendar. Nos quedamos en la vereda a respirar smog (reitero: en otras circunstancias ni de casualidad) “mientras por afuera pasan los aviones” que miro en su recorrido hacia la pista. Uno de esos café fríos con chocolates. No son la gran cosa, pero entre la leche en polvo caliente y los te de la mañana, es un manjar de Dioses. Ahí se diluyó casi una hora sin notarlo. Nos volvimos, en el escritorio del Hall esperaba frío un vacito con leche y un sobre de Te, acompañado por un paquete de galletitas, mi ración de merienda. Me guardo las galletitas y me voy a duchar. Ha pasado otro día de paseo. El lunes nos dirá que fue el último.
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