Desfile de Residentes
Si estos son días difíciles, es increíble como algunos te los complican aún más. Inexperiencia-experiencia, que mierda importa si el que está en medio de ese proceso es uno con su cuerpo débil y un signo de interrogación clavado en el pecho. Las cosas no son claras, llevo solo un par de días acá y aun no sé en qué estado me encuentro y estos muchachos deambulan por todos lados buscando cosas que no saben lo que son. Por momentos parece que su objetivo es solo confundirme. Lo peor de todo es que entre esta percepción tan sensitiva les intuyo más miedo a ellos.
Parte 1 – De pinchazos vacíos y puertas cerradas (Los Grinch)
Es sábado 25 de diciembre y la Navidad se consume en sus últimas horas. Estoy recostado intentando dormir, cuando caen dos de los residentes a evaluar mi condición como ocurre cada dos horas. Él tiene una jeringa e intenta sacar sangre, ella sale a buscar no sé qué. Dos pinchazos en el brazo izquierdo, dos pinchazos que escarban en busca de una vena que no aparece, que no encuentra que duele y lo resigna a abandonar ante la insistencia de su compañera que acaba de volver al grito patriótico de “deja que lo hago yo”.
Su medida es mucho más extrema, buscará sangre de arteria en mi muñeca, ahí donde el Radio se hace Falange. Su primer intento tiene el efecto deseado por ella, sale sangre. Pero no tiene en cuenta que mientras gota a gota la jeringa acumula algo de mis líquidos, el pulgar se endurece en formato calambre que se extiende hasta el hombro. El dolor es mucho, no lo soporto. ¡Para colmo se queja de que me moví! (debería agradecerme, la tenía a la altura justa para una patada en la nuca).
Reflexionó unos instantes, sobre todo al mostrarle la inflamación a la altura del pinchazo. Era obvio que la extracción era necesaria, pero que tanto sufrir era realmente improductivo. Opto por la ingle y de allí se llevó no solo mi sangre, sino que además mi última cuota de aliento. El Calambre no tardó y mis pasos se multiplicaron durante media hora por el Hall.
Pero se hizo domingo, eran las ocho y media, cuando con barbijo, camisolín y guantes se asoma otro residente a decirme que desde ese momento las puertas se me iban a dejar cerradas, que yo no podía salir más dado a que mi estado neutropenico era grave y se fue.
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