La tormenta del 16
Cuando el viento empuja fuerte
sobre los árboles,
el agua acumulada se libera
volviendo su aspecto más parecido al humo.
sobre los árboles,
el agua acumulada se libera
volviendo su aspecto más parecido al humo.
Fondo gris bien cerrado, aún más allá del mismo fondo. De un plumazo se borró el sol y en perfecto brillo de relámpago gritó presente la luz violeta. Se encendieron los faroles de la calle y el agua no tardó ni un segundo en aparecer.
La tempestad era elocuente, al iniciar hasta parecía exagerada. La batalla por desalojar la calle compone el cuadro que a su vista llegaba difuso. Nunca entendió, y tal vez nunca lo haga, por qué las personas en auto se apuran aún más que los rastreadores de un bajo techo ¿Se moja el auto? ¿Tienen goteras?
Desde la habitación de cortas paredes blancas contempla en silencio, como nunca, la escena de la tormenta. Así como nada es simple dentro del sector de aislamiento, no era un simple diluvio, no eran sólo ráfagas de viento, era una marca convertida en huella; un HASTA HOY, un DESDE MAÑANA.
Se había cortado, al fin, la monotonía de paisajes celestes sobre rojos tejados. Un pequeño reflejo en el vidrio le mostró su sonrisa, natural (de naturaleza, de vida) de la lluvia que riega el seco jardín que asoma desde la ventana. Ventana que suena cuando el viento arrima las gotas contra el vidrio.
Sin dudas los frágiles árboles exageran el cuadro que lo distrae de la igualdad en cero entre el Manchester United y el Tottenham, y la continuidad futbolera extendida desde la mañana con horizonte nocturno. En el día en que el cable al fin funciona (solo por hoy).
Agua bendita que se escurre entre el cemento para corte de toda actividad, incluso la inconsciente pero latente, la espera de la nueva semana y alguna novedad.
Pensó: dominguera tarde de paseo devenida en una de mate, biscocho y torta frita. Tigre debe estar barriéndose de turistas despavoridos. Se imagina la rotonda saturada de vehículos escapándole al “mal clima”, aunque lo entristece el espectáculo de bocinas ensordecedoras de calles que solían ser mudas de la cosa artificial.
Se hace imposible no volver a la realidad de Vicente López donde sin remera un vecino pasea su panza como al sol.
Aunque se olvide por un rato de los dolores de cintura por la cama, de la floja musculatura de sus piernas que casi no caminan; es imposible no pensar, no sentir más que antes; que afuera está la vida y hoy se expresa entera, dibujada en cortina de agua, por momentos impenetrable, indivisible.
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